Nos levantamos con ganas y nos “disfrazamos” de brasileños: camiseta, pantalón corto y chanclas. Desayunamos en el hotel y bajamos a recepción para preguntar que autobús había que tomar para ir al Monte Corcovado. Rio es una ciudad inmensa y caótica. Tiene un traficazo brutal y es muy difícil ir andando de un sitio a otro, ya que las distancias son enormes y la ciudad se encuentra desperdigada por varias colinas y entre ellas se sitúan las favelas, cientos de ellas y muy grandes. Es impresionante ver la ciudad desde arriba, es entonces cuando puedes disfrutar su belleza, porque una vez abajo en la “jungla” todo es coche, pitos, gente y bullicio¡¡¡
Para moverte por la ciudad puedes optar por los taxis (seguros y no demasiado caros) o vivir Rio desde dentro y embarcarte en la aventura de su transporte público: los autobuses, cientos de ellos que van como locos a todas partes de la ciudad¡¡ También tienen metro, pero solo dos líneas que sirven básicamente para ir al centro o al barrio de Maracaná.
Nosotros, por supuesto, optamos por pillar buses. La chica de recepción nos dijo los números de autobús que iban a Corcovado y dónde paraban. Así que enfilamos la Rua do Catete, que a esa hora de la mañana, era un enjambre de puestos callejeros de todo lo que se puede imaginar: fruta, ropa, productos de segunda mano, etc Enseguida llegamos a una plaza (no recuerdo su nombre) y justo al lado de la parada de metro, estaba la parada del bus que buscábamos. Ese día tuvimos muuuuuucha suerte y el autobús estaba en la parada, así que para arriba¡¡ Ah, y a pasar por el tornito de las narices: justo detrás del conductor hay un minúsculo torno por donde tienes que pasar de puntillas, encogiendo la barriga, aguantando la respiración y por supuesto, sujetando con los brazos arriba el bolso o la mochila que lleves¡¡¡ Que si no te quedas atrancada y ni para adelante ni para atrás¡¡¡ Vamos, que ni la “Gisele Bunchen” esa pasa por ahí.
Le preguntamos al conductor que si podía avisarnos cuando llegáramos a nuestra parada y el bus subió toda la Rua Laranjeiras y en unos 20 minutos llegamos a la parada que el tren cremallera que sube al Monte Corcovado tiene en Rua Cosme Velho.
Compramos los billetes del tren y en otros 20 minutejos ya estábamos arriba. Durante el trayecto se ve por las ventanillas de la parte derecha unas hermosas vistas de la ciudad, pero lo mejor es cuando se está arriba, así que no hay que pelearse por pillar asientos a la derecha. Bajas del tren y hay unos ascensores que te suben más arriba aún y ahí está ya: ¡¡EL CRISTO REDENTOR¡¡
Justo en la base del Cristo por detrás hay una pequeña capillita que puede visitarse. Y lo más increíble son las vistas de las que disfruta el Cristo¡¡¡ Desde allí arriba se comprende porque a Rio la llaman la “Ciudad Maravillosa”.
Pero si estas vistas son espectaculares, no lo son menos las que luego vimos desde la cima del “Pan de Azúcar”. Después de disfrutar un buen rato en las alturas y bichear en la tienda de recuerdos (bastante cara) cogimos de nuevo el trenecito que bajaba. Nos montamos en uno de los vagones y de repente: “Pa pa pa, samba, pa pa pa, Janeiro, pa pa pa” ¡¡Un grupo de samba liándola parda dentro del tren¡¡ Y unos pocos bailando y cantando a ritmo de samba, muy divertido, como se contagiaba el ritmillo… todavía muevo la cintura al recordarlo¡¡¡
Después del divertido trayecto, bus de nuevo a “nuestro” barrio, donde aprovechamos para comer y descansar un rato (ya se iba notando el calor¡¡) Sobre gastronomía brasileña no puedo hablar mucho, la verdad. En Rio nos conformamos con matar el hambre en locales de comida rápida. Tampoco vimos demasiados restaurantes que nos llamaran la atención, así que poco que añadir sobre el tema. Bueno sí: les encanta beber unas latas de color verde fosforito que se llaman Guaraná. Tienen mucho gas y tiene un sabor entre ácido y metálico. Y en los Mc Donald`s y sitios así, en lugar de beber esos vasos gigantes de hielo con coca-cola que ponen por España, beben cantidades industriales de zumo: de uva, de naranja, de melocotón, …
Después de reponer fuerzas decidimos seguir a lo grande y nos fuimos al Pan de Azúcar. Teníamos que pillar el bus en la Avenida Praia do Flamengo hasta el barrio de Urca. Y ahora sí que nos dimos cuenta de lo “gracioso” que es coger un autobús en Rio: “Vale, tenemos que coger este o este número. A ver, esta es la parada, pero en el cartelito solo pone que para uno de los números y otros mil más. Ea, pues cogemos ese. Mira, por ahí viene un autobús. No, espera, vienen cinco autobuses a la vez. Y a toda pastilla. Ay, que estos no paran. ¿Les ves los números? ¿Y en los mil carteles que tienen pegados en el cristal de delante, ves alguno que ponga Urca? Joder, es que si viene cinco a la vez, no doy pa verlos a todos. Pero mira ese, el que tira por el carril del medio. ¡¡Que es el nuestro¡¡ ¡¡¿O no?¡¡ Pero sal a mitad de la carretera a mirarle el número. Uy, han parado tres y los otros dos corren como si no fuera con ellos y sin echar una miradilla siquiera a la parada¡¡ Pues uno de los “huidos” era el nuestro. Más suerte la próxima vez”
Ea, pues así se cogen los autobuses en Rio: los números que se indican en las paradas paran (o no) en ellas, y los que no se indican, pues paran más que los otros. Y vienen de tres en tres y sin ademán de frenar. Así que desde la lejanía hay que aguzar la vista, intentar verle el número al autobús o buscar el sitio adonde vas pegado en un cartel y levantar el brazo y hacer aspavientos para que el conductor te vea, se apiade de ti y pare. Y con la lección bien aprendida, paramos el que nos llevó a la entrada al funicular que sube al Pan de Azúcar.
Esta vez junto al torno había una señora que cobraba los billetes y ella fue la que nos avisó donde nos teníamos que bajar.
El funicular tiene dos paradas, una en cada cima de los dos cerros conocidos como Pan de Azúcar. Las vistas son espectaculares. En la primera parada, pueden sentarte en uno de los bancos y relajarte con el espectáculo que hay a tus pies, mientras algún que otro mono “espelucao” corretea a tu alrededor.
La segunda parada es la más alta, pero también donde hay más gente, que rompe un poco la magia del sitio.
Y después a descansar. Habiamos pasado un día estupendo, pero estabamos hechos polvo.